Intermitencias chinas 3

La cosa pública

La ciudad que mejor conocieron Luciano y Adela, como ya se ha dicho, fue Kunming. No era esa su primera intención, pero una inoportuna gastroenteritis dejó a Adela varios días en cama.

No obstante, ello les permitió conocer el día a día de la ciudad y el funcionamiento de su sistema sanitario.


En el hospital

El domingo 14 de agosto de 2005, Adela no estaba para bromas. Sus profundas ojeras delataban que había pasado una mala noche. A las 5 de la tarde, después de la siesta y de comprobar que la fiebre no había bajado, preguntaron en el hotel por el hospital más cercano. Sobre el plano de la ciudad, les indicaron uno que quedaba bastante cerca, en una manzana paralela, a media hora andando más o menos. En taxi llegaron en diez minutos.

El hospital estaba en pleno centro de la ciudad, rodeado de comercios de todo tipo. Para acceder al edificio principal -una mole de más de siete pisos y más de treinta años-, había que pasar frente a unas garitas que estaban vacías. Ya en el edificio se decidieron por una puerta que se les antojó la sala de espera porque había tres o cuatro personas que parecía que estaban esperando. La puerta daba a una habitación pequeña y estrecha, con tantas puertas como paredes, una barra larga a la izquierda, y un banco corrido a la derecha. Allí se sentaron a esperar y a ver cómo funcionaba el asunto.

En ese tiempo, estuvieron obsevando cómo, en una habitación contigua, un par de médicos atendían a sus pacientes. Había otros dos que esperaban tranquilamente sentados en una camilla; uno de ellos estaba fumando. Pasaron cinco minutos hasta que el médico se dio cuenta: se lo echó en cara y le obligó a apagar el cigarro, con una autoridad que aquí no se la he visto ni a los belchas.

Pero pasaba el tiempo y Luciano decidió hacerse más visible. Tras repasar por enésima vez su libreta para recordar cómo se decían en chino estómago y gastroenteritis, le entró a un médico que salió de la puerta de la izquierda, que acababa de despedir a su anterior paciente. E hizo bien, porque si no se llega a levantar no le hace ni puto caso. Después de ojear los garabatos que Luciano tenía apuntados en la libreta, el médico llamó a lo que por aquí llamaríamos un celador, y le indicó dónde tenía que llevarlos.

Adela y Luciano le siguieron por la puerta del fondo y accedieron al pasillo principal del hospital. Frente a los dispensarios de medicinas estaban las escaleras que daban a los pisos superiores. Avanzaron hasta el final del pasillo y salieron del edificio por una puerta lateral. El celador los condujo por una zona ajardinada que conducía a otro edifico. Era menor que el anterior y su construcción era más reciente, pero no por mucho. Subieron a la tercera planta por una escalera de caracol que estaba adosada al edifico.

Les atendió una doctora joven, de no más de cuarenta años. Un voluminoso diccionario chino-inglés que destacaba en su escritorio, confirmaba que era la encargada de atender a los turistas extranjeros. Pero fueron Adela y Luciano los que tuvieron que acudir a él, ya que la doctora hablaba muy buen inglés.

La consulta fue un visto y no visto. Ni le tomó la fiebre, ni le hizo ningún análisis, ni le auscultó..., tan sólo necesitó hacerles un par de preguntas para dar con el diagnóstico: además de rocomendarle reposo, le recetó unos antibióticos que debía tomar. Con las recetas volvieron al edificio principal y allí los pudieron adquirir en el dispensario.

De modo que, desde el punto de vista puramente sanitario, no podían tener queja alguna. La atención fue eficiente, diagnosticaron con acierto, y a los 50 minutos de haber entrado ya estaban fuera. No sé si se podría decir lo mismo de vuestro sistema de salud.

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Valga este ejemplo como una muestra de la eficiencia del funcionariado chino. Prueba de ello es que se les ve por todos los lados: limpiando la calle, cuidando los jardines... Son omnipresentes, no sólo porque son muchos, sino porque no paran de trabajar.


El periódico en la calle

Luciano y Adela se preguntaban qué leía la gente en las marquesinas de las paradas de bus. Así que se acercaron a curiosear y ¡ándale!, allí estaban pegadas todas las páginas, de la primera a la última, del periódico del día. A la mañana del día siguiente concidieron con el cambio de periódico: un funcionario, cargado de papeles, un cubo de pegamento y una brocha, repuso el periódico entero él solito.


Recogida de basuras

Una vez que Adela se restableció se fueron a Dali -seis horas en tren desde Kunming-, una ciudad muy pequeña y turística. Pasaron allí tres noches hospedados en un Albergue Juvenil. Por la mañana, a eso de las siete, los despertaba la melodía de una canción que se les hacía familiar, que les traía recuerdos navideños...

Belengo estalpean jaio da Iosu...

La música procedía de la megafonía de una camioneta cisterna (de tres ruedas) que anunciaba a los vecinos que había llegado la hora de sacar las basuras.

Por tanto, al contrario que aquí, la recogida de basuras se hacía por las mañanas.

Y nosotros podremos decir: ¡pero qué raros son éstos chinos!

Es normal. Es lo mismo que dicen ellos de nosotros.

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