Antitelevision

En enero de 2006, Luciano descubrió este enlace en el que se apostaba por crear un medio audiovisual alternativo que explotara todas las posibilidades del medio, y no sólo las encaminadas a conseguir dinero y audiencias. La antitelevisión propugnaba la ruptura con el mensaje unidireccional y la manipulación de las cadenas televisivas; proponía una televisión cooperativa formada por videastas.

Me quedo con esta palabra que puede marcar para bien el futuro de este medio de comunicación. En este mundo globalizado cargado de contradicciones, la utopía me parece más factible que nunca. Tiempo al tiempo.

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Pipienea’s Non Fiction Entertainment

En Pipienea no había televisión. La decisión había partido de Luciano, que temía quedarse todas las noches enganchado a los anuncios, con pausas para emitir el programa de turno. No le costó mucho covencer a Adela. Argumentaba que, en general, la distribución de la sala de estar siempre estaba condicionada por la maldita tele:

- Mira, Adela, si orientamos el sillón y el sofá a una caja tonta, lo primero que haré nada más sentarme será poner la tele, me apetezca o no. Es algo automático en mí. Lo tengo requetecomprobado. En cambio, si prescindimos de la tele, podemos disponer los muebles de la sala a nuestro antojo. Además, la televisión requiere una atención total; por el contrario la radio te permite mirar a donde quieras mientras la escuchas, o hacer lo que te dé la gana con las manos y la vista; dibujar, por ejemplo. Y si pasado el tiempo nos apetece poner una tele, pues lo hacemos. Probar no cuesta nada.

Conque Luciano Brindavino se salió con la suya y Pipienea se quedó sin TV. Se compraron eso sí, una radio portátil de diez mil cucas que pillaba hasta emisoras marroquíes, pero tras el entusiasmo de los primeros días, se conformaron con la FM. Así, la radio se convirtió en su gran amiga. Escuchaban mucho las distintas emisoras de Radio Nacional, sólo porque no tenía anuncios; Euskadi Irratia, porque tenía pocos y porque les encantaba oir hablar buen euskara y, sobre todo, que la temática de sus programas fuera más heterodoxa; también escuchaban La Casa de la Palabra de Roge Blasco, a pesar de que desde que Radio Euskadi se veía, la Casa estaba inundada de anuncios; y cómo no,
Herri Irratia, que era lo que oían de niños cuando iban a la escuela por la mañana, o cuando volvían a la hora de comer.

La experiencia de vivir sin tele, por tanto, fue positiva, y decidieron seguir viviendo sin ella. Sí es verdad que a veces había quién los miraba como a bichos raros, pero en general eran respetados. También perdían el hilo de ciertas (no pocas) conversaciones informales, que trataban de temas de actualidad, como el último capítulo de los Serrano, o la tal Paquita del Gran Hermano a la que todo el mundo quería expulsar:

- Es una zorra.

Pero qué se le va a hacer. No se puede saber de todo.

Aunque, cambiando la perspectiva, quizá sí convenga saber lo que todos saben. El vil Luciano le ocultó deliberadamente a Adela este último argumento.

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Me gusta la tele, no me gusta nada

Desde hace casi un siglo, la televisión estaba asumiendo la responsabilidad de educar a las masas, relegando en ese papel a instituciones tan antiguas como la familia o la escuela. ¿A cuántos niños, desde su más tierna infancia, se les ha puesto frente a la tele para que no den guerra? Y así se han educado; en un cacao maravillao de referentes hiper-perecederos: Fernando Movistar Alonso; Txikito Vodafone de la Calzada; Rosa de Espanya, Botellón de Danone Cremoso; hasta el fin del mundo con el Nuevo Renault Laguna, zure lagunik fidelena; y un largo etc.

Para colmo, a los poderes que manejaban esos medios no les dio la gana estar a la altura de las circunstacias. Podría detenerme ahora en esos tan manidos tópicos que cuentan el rollo del espectador pasivo, pero no creo que eso fuera lo más grave, ni mucho menos. El televidente, al fin y al cabo, siempre es libre de apagar la tele si no le gusta lo que ve, o se aburre.

También podría criticar la violencia gratuita de muchos programas infantiles, o el bombardeo de anuncios que te hacía olvidar en qué apuro estaba metido James Stewart... pero es algo tan evidente...

A propósito, alquien dijo que lo mejor de la tele son los anuncios. Estoy de acuerdo, pero con una matización: son lo mejor de la tele desde un punto de vista estético.

De eso no hay duda. Los mejores creadores y efectos especiales se consiguen a golpe de talonario, y a una empresa de coches, de perfumes, de telefonía o de juguetes, no le cuesta nada gastarse un 0,001 de lo que nos están robando para incitarnos a que volvamos a caer en su trampa. Así cualquiera.

Lo único que me queda, por tanto, es recomendaros una peli muy buena que echan hoy a las dos de la mañana, y además sin anuncios.

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Pd: Luciano quiere comprarse el mando ese que sirve para apagar las teles en los bares. No sería la primera vez. Más de un sábado estuvo a punto de ganarse una ostia (con perdón): una vez apagó la tele en el pub Laket, ordu txikietan, con el bar petado y todos mirando a la puta tele (con perdón), que estaba echando ostias (con perdón) de coches. No hubo heridos.

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