Intermitencias chinas 6

Tai Chi, el polideportivo en la calle

A los chinos les gusta la calle. Ocupan las calles y las plazas con naturalidad y realizan allí actividades que a nosotros nos parecerían impensables.

¿Alguien se imagina la plaza de su pueblo, llena de gente de toda edad y condición, un viernes por la noche, haciendo Tai Chi? Qué va. Ni siquiera durante el día. Sí que podremos ver a gente andando o corriendo, pero ya es más difícil que las veamos andando como una rana, por temor a que le tomen por loco. Para hacer esas cosas uno se va al polideportivo.

Supongo que ellos pensarán algo parecido de la afición de los turistas europeos por subir montes y montañas. Ellos sólo las miden con sus pisadas los días de guardar, pero si hay teleférico, ni eso. Si no lo hay, se tendrán que fumar sus cigarrillos mientras suben las tropecientas escaleras de turno. En los montes chinos no hay lugar para senderos ni botas de monte.

La primera vez que vieron Tai Chi en la calle fue en Hangzhou (ver Hoja de Ruta). Fue el último día de estancia en la ciudad, hacia las seis de la madrugada, antes de que el astro rey campara sus respetos. Iban montados en un taxi que los había de llevar al aeropuerto, y éste se internó por la carretera del lago que riega la ciudad. Vieron un gran parque que lo circumbalaba por entero, regado de árboles y jardines: el pulmón de la ciudad. Desperdigadas aquí y allá, grupos y grupos de gente haciendo Tai Chi, buscando el frescor de la noche, que comenzaba a desvanecerse con las primeras luces del día.

La segunda vez fue en Kunming, en una zona de plazas y jardines cercana a la ribera del río. Allí había bastante gente haciendo Tai Chi; unos en grupo, otros a su pedo.Esta vez sí que llevaban la cámara a mano:






Luciano y Adela siguieron caminando por la plaza. Fijaron su atención en un tío que acababa de llegar a un grupo. Esperó a que acabara el ejercicio, y se sumó a un grupo bastante numeroso que practicaba el Tai Chi. La danza era bastante armoniosa aunque el que acababa de llegar andaba un poco desacompasado, como si fuera un dialecto. Sin chándal, ni zapatillas deportivas...

¡...pero con sombrero!


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