Una semanita en Marruecos (y 2)

Cuenta el guionista de cómics Alan Moore en Watchmen, su obra maestra, que para enganchar al lector viene muy bien que el protagonista caiga simpático. Para ello, propone que el personaje en cuestión sufra al comienzo del relato alguna adversidad, que sea objeto de alguna injusticia.

Luciano pensaba en esto cuando ultimaba la publicación de la segunda parte de la semanita en Marruecos. ¿Qué pensará el lector, de estos cabroncetes? ¿Cómo va a tener ganas de seguir viajando con ellos después de leer la primera parte? ¿Para qué?

Pues para verles sufrir un poquito.

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Asni

Esta segunda parte comienza con un plano general. Vemos un 4L ascender un puerto de montaña, en las estribaciones del Atlas. Detrás queda una inmensa llanura, presidida por Marraquesh. Delante, unos montes bajos, con unos montes más altos detrás; luego otros más altos aún; después, las montañas; y sobre éstas, la mole del Tob Kal.

El cuatro latas se dirigía a Asni, desde donde Luciano, Yussuf y Casanova pensaban hacer un pequeño trekking por el Atlas. Poco después de la cima del puerto, divisaron en la cuneta a un tío de mediana edad que les estaba haciendo señas, parece que pidiendo ayuda. A su lado había un coche que parecía averiado. Por medio de señas, pidió que lo dejaran subir al coche.

-Asni, Asni-. Fue lo único que lograron entender. Suficiente.

El hombre se sentó junto a Luciano en el asiento trasero. Desde un principio mostró una actitud servil, agradeciéndoles de manera exagerada el haberle recogido, bajando la cabeza y moviendo las manos como si Luciano fuera el mismísimo Mahoma.

-Os debo la vida. Estoy en deuda con vosotros -parecía querer decir.

Como iban al mismo pueblo, el señor los invitó a su casa. Asni, más que pueblo era una aldea. Las casas eran de tierra roja, carecían de ventanas, parecían pobres, pero una vez dentro la impresión era totalmente distinta. El suelo abaldosado le daba frescura a la casa. El señor los invitó al salón de té, una pequeña habitación rectangular compuesta por un banco corrido que ocupaba todo el diametro, y una mesa central. No había sitio para más. A ella sólo podían acceder los hombres.

No habían vaciado el primer vaso cuando el dueño de la casa les presentó a un hombre que traía consigo vistosos objetos de plata. Yussuff trató de aclarar que no estaban interesados en la mercancía.

-Sí que nos gustaría, en cambio, conseguir un guía que nos llevara a dar una vuelta por las montañas un par de días.

Entonces, el cabeza de familia mandó llamar a Omar, un guía que había en el pueblo. Al instante apareció en el umbral de la puerta, buscó acomodo y se sirvió un vaso de té. Era un hombre de mediana edad, de tez oscura y carácter afable. Se veía que estaba acostumbrado a tratar con turistas occidentales. Por suerte chapurreaba algo de inglés, por lo que a partir de entonces la negociación fue con mayor fluidez.

En principio, Yussuff y sus amigos pensaban pasar por lo menos tres noches fuera, pero en cuanto les dieron la lista de precios se dieron cuenta de que era imposible. No les llegaba ni para dos noches. Así que sólo pudieron contratar a Omar por una. También tuvieron que prescindir de los burros. La comida entraba en el precio, pero ya tenían comida que habían pillao en el mercado de Marraquesh.

A la mañana del día siguiente, se pusieron en camino. Quien haya andado por allí ya conocerá los encantos del lugar. Fueron ascendiendo siguiendo la ribera del río que regaba las huertas y plantaciones que se agolpaban a su paso. Los caminantes respiraban aquel aire puro y fresco mientras contemplaban asombrados la desolación que reinaba en las zonas más altas, tan sólo cien metros más arriba. En los pueblos por donde paraban los niños los recibían como a estos vascos en el Kurdistán.

Durmieron en un pueblo bereber de la montaña, en la casa de una familia humilde y bastante numerosa. Cuando fueron a enseñarles la habitación donde iban a dormir, se encontraron con que estaba ocupada por el dueño de la casa, que yacía en el suelo, enfermo, cubierto por unas mantas. Por más que insistieron en que no lo movieran de allí, que no los molestaba, la familia lo sacó en un abrir y cerrar de ojos.

Al día siguiente emprendieron el camino de vuelta a Asni. Allí tenían la intención de pasar la noche en la casa del tío que les debía la vida, pero no fue tan hospitalario como la primera vez. Al parecer estaba algo enfadado porque no quisieron comprar plata y porque no tenían tanto dinero como él hubiera querido.

La familia los recibió esta vez en la puerta de la casa, a modo de parapeto para que Casanova & co. no la traspasaran. Mala onda. El dueño frunció el ceño cuando Luciano insinuó que les había prometido acorgerlos esa noche. No parecía que fuera esa su intención.

Los tres amigos hicieron un aparte y se pusieron a deliberar: optaron por abandonar el lugar cuanto antes. Allí ya no pintaban nada.

Cuando se acercaron al 4L se dieron cuenta de que también les habían chorado, sin pedir permiso siquiera, la comida que habían dejado en el coche.

Y diez años después, Luciano se preguntaba si aquel hombre que les había pedido ayuda en el puerto de montaña, tenía el coche realmente averiado. O se trataba, en cambio, de un ingenioso truco para atrapar en sus redes a turistas confiados.


En la aduana

De Asni se fueron a Tánger. La semana tocaba a su fin, y tenían que devolver el cuatro latas. En dos noches llegaron a la otrora ciudad internacional. Devolvieron el coche y se dirigieron al puerto, a tomar el barco que los llevaría de vuelta a Algeciras. La experiencia del Atlas no les había dejado muy buen sabor de boca, y tenían ganas de volverse a casa.

Claro que primero tenían que pasar la aduana marroquí. Y resulta que cada uno se presentó en la misma con su mochila y un huevico más o menos oculto: el de Luciano, en el bolsillo del chaleco; el de Giusseppe, escondido en las babucas, que a su vez estaban en la mochila; y el de Yussuf...

Otro plano general. Esta vez de la aduana marroquí. Imaginémoslo dispuesto sobre un escenario teatral. En primer plano, a la derecha, están los tres amigos, junto con otro grupo de gente que está en su misma situación. Dos de ellos son vascos también: una chica embarazada y un tío con fly y patillas, que resulta ser hernaniarra. Tras ellos está la mujer de la limpieza con su cubo y su fregona, que limpia (o hace que limpia) los servicios. A la derecha de los servicios, también de frente al espectador, otra puerta, cuya función por el momento se desconoce. En la parte derecha del escenario están los aduaneros, uno alto y moreno, el otro pequeño y con el pelo rizado. Hacen buena pareja. Tras ellos está la última puerta, la que conduce al ferry.

También había un grupo de cámaras de fotos con japoneses. Cuando se disponían a franquear la puerta de la derecha, Luciano trató de pasar con ellos, pero el poli de aduanas se dio cuenta y no le dejó pasar. Entonces Luciano decidió sentarse junto al tío de Hernani, pero éste, en cuanto vio las intenciones de Luciano, se levantó y se fue para otro lado.

-Déjame en paz.

A los pocos minutos él también había pasado la aduana.

-Seguro que le ha untado al aduanero -comentó Yussuff-. A mí me ha pedido mil durillos, pero le he dicho que no, no sabía si me estaba vacilando, o qué.

-Pues entonces creo que tenemos pa largo -aseveró Luciano- seguro que nos cachean. Voy a intentar deshacerme de mi piedra.

La dejó en un saliente que había en la pared. Pero Luciano había sido bastante torpe, la chica que estaba limpiando los servicios le vio dejar la mierda en la repisa. Pero, por el momento no les dijo nada a los aduaneros. El imprudente Brindavino respiró aliviado.

Casanova decidió hacer los mismo y abrió la mochila para buscar las babucas. Cuando las encontró, sacó la postura y, cuando ya se iba a librar de ella, la limpiadora le hizo un gesto al aduanero, delatando así a Casanova. Le habían pillado con las manos en la masa.

Los ojos de aduanero brillaban mientras sujetaba en su mano derecha el huevete de Giusseppe. Les habían pillado. Tanto la chica como el hernaniarra habían pasado sin problemas. Sólo quedaban Brindavino, Al Ibrahim y Casanova.

Entonces conocieron para qué servía la puerta que estaba a la derecha de los servicios. El primero en franquearla fue Casanova. Después de unos minutos, la puerta se volvió a abrir. Tras ella apareció Giusseppe:

-¿Cuidado Yussuff, que me han zurrao!

Después le zurraron a Al Ibrahim. Cuando salió, Luciano no sabía donde meterse. Trató de refugiarse en los servicios, pero uno de los aduaneros le agarró del hombro y se lo llevó con él a la puerta maldita.

Luciano tuvo poco tiempo para saber dónde estaba. La habitación era muy pequeña, probablemente estaría destinada a almacén. El aduanero empujó a Luciano contra la pared, se puso frente a él y estuvo mirándolo fijamente a los ojos durante unos treinta segundos, que a Luciano se le hicieron infinitos. Y luego, le empezó a propinar puñetazos en el vientre:

-¡Cuanto tienes aquí, eh? ¡Confiesa!

Luciano no tenía nada que confesar, ni tampoco sus amigos. Casanova ni siquiera fumaba petas, pero a él le había caído el marrón.

Después del improvisado interrogatorio, los aduaneros trataron de acojonarles un poquito, sobre todo a Casanova.

-Con esto, tú a la cárcel -dijo el aduanero alto y moreno, señalando primero el haxix y luego a Casanova-, pero antes, los tres a rayos x, para ver si tenéis más en la barriga.

Brindavino trataba de rebajar la tensión:

-Que no tenemos más, que esto lo queremos para llevarnos un recuerdo de esta maravillosa tierra.

Entonces, vieron que el ferry que les correspondía salía en ese momento del puerto. Los aduaneros lo señalaron con una media sonrisa, mientras se disponían a buscar en el resto de las mochilas.

No encontraron nada más.

Después los llevaron a una especie de sala de espera enorme, donde siguieron con el interrogatorio. Los aduaneros estaban un poco desconcertados; habían pescado tres buenas truchas, no se creían que sólo llevaban ese huevete. Pondrían la mano en el fuego a que llevaban algo dentro. Su actitud, no obstante, delataba lo contrario. Los tres parecían bastante seguros de sí mismos.

Mantuvieron durante una media hora la conversación más absurda que se pueda imaginar. Al final, convencieron a los aduaneros para que los dejaran libres, a cambio de una pequeña comisión. Acordaron pagarles unas 2000 pesetas de entonces, y aquí no ha pasado nada. Al principio se hicieron los remolones, pero aquello no era más que una pose.

Antes de dejarlos marchar, los aduaneros pusieron otra vez en práctica sus dotes de persuasión. No cabe imaginar juramento más ridículo.

-Aquí no ha pasado nada. No contaréis esto a nadie hasta la muerte. ¡Repetid conmigo! ¡No contaré esto a nadie hasta la muerte!

-¡No contaré esto a nadie hasta la muerte!

Entonces los dejaron libres.

Media hora más tarde volvieron a la aduana. La pasaron sin problemas. Ni siquiera les pidieron el dinero que habían acordado.


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Que a gusto se está en casa. En el pueblo de uno, rodeado de amigos.

Giusseppe, Yussuff y Luciano celebraban su escapada con una cerveza, mientras leían esta noticia en el periódico.

Durante la última semana, la policía aduanera marroquí ha detenido a un número importante de jóvenes vascos, entre ellos el hijo de algún político importante. Se les acusa de contrabandear con haxix, y muchos de ellos permaneces confinados en la cárcel de Tánger.

Mientras apuraban la cerveza, los tres amigos lanzaron un suspiro de alivio.

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