Revueltas y barricadas parisinas

Buenas. Hoy toca hablar de revueltas populares. No sé por qué. Brindavino jamás participó en ninguna. Sólo se arremangaba cuando lo cuestionado era mero perogrullo, y soltaba en alguna manifa algún gritito que sólo él oía pero que tranquilizaba su conciencia. Por lo demás, se quedaba siempre en casa calentito. Y cada vez le dolían más prendas en reconocerlo.

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Pero qué le vamos a hacer, a Luciano le interesa hablar de las barricadas. Comencemos por aclarar qué es una barricada, según el DRAE.

Barricada. (Del francés barricade o del italiano barricata). Especie de parapeto que se hace, ya con barricas, ya con carruajes volcados, tablas, palos, piedras de pavimento, etc. Usado para estorbar el paso del enemigo, más frecuentemente en las revueltas militares que en el arte militar.

¡Carruajes volcados! Éste diccionario de la real academia es una momia ambulante...

Veamos qué nos dice alguien mucho más de fiar, el diccionario de español actual de Manuel Seco y Olimpya Andrés:

Barricada Obstáculo improvisado que sirve de parapeto, generalmente en una revuelta callejera.

Obstáculo improvisado. Me gusta. Ahí puede caber cualquier cosa. Nos quedaremos, pues, con esta definición.

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Las revueltas de noviembre de 2005

A mediados de aquella primera década del siglo XXI la situación social francesa estaba en plena ebullición. La primera semana de noviembre de 2005 la juventud inmigrante descargó su ira contra el sistema quemando todo lo que se encontraba por delante.

No hace falta que, en esta era globalizada, descubra a nadie lo que allí ocurrió. Si ya lo ha olvidado (en esta era globalizada las cosas se olvidan de un mes para otro, de una juerga para otra, de un disgusto para otro), no tiene más que mirar en la red.

Lo que le inquietaba a Luciano era que ya nadie hablaba del tema. Parecía que el problema había dejado, milagrosamente, de existir. Y mientras pensaba estas cosas volvió a recordar la ilustración de Joe Ditko que ya publicara en otro post. Esas revueltas juveniles no eran más que síntomas de un mal más profundo que se estaba incubando.

Las autoridades francesas habían optado por los métodos de disuasión: encarcelamientos masivos, deportaciones... A la larga la represión no vale de mucho: es un nolotil que permite al stablishment estar tranquilo durante un tiempo, pero tarde o temprano el mal que quiere ocultar acaba pasándole factura. Pero entonces andaban tranquilos: la ópera de la Bastilla y el Louvre seguían inmunes. Todavía se estaban colocando las primeras piezas del puzzle, y esa aparente seguridad tenía que pasar la prueba más difícil: la del paso del tiempo. Una revuelta puntual es muy fácil de sofocar si se tienen pocos escrúpulos; pero si una minoría unida está excluida y marginada, y es consciente de esa desigualdad y se une para conquistar lo que no tiene, si eso sucede, ningún gobierno podrá detener en el tiempo esa tendencia de la historia.

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Revueltas parisinas del XIX

Por otro lado, este interés de Brindavino por rescatar las revueltas parisinas de noviembre de 2005 provenía de su interés por el París del XIX.

Paris le debe mucho de su actual configuración a esas revueltas populares. El París del II Imperio (1852-1870), planificó la urbanización de París tal como hoy la conocemos. Con las calles más anchas es más difícil construir barricadas; es más difícil echar un piedra, dar en el blanco y esconderse.

A través Walter Benjamin se fue aficionando a esta época tan convulsa de la historia de Europa. También leía por aquel tiempo los cómics de Jacques Tardi (casi todos, por no decir todos, transcurren en París), y un tórrido verano de comienzos de este siglo, a la sombra de las hayas de Urbasa, en su chinchorro, descubrió Los Miserables de Víctor Hugo, que también le dedica algunas páginas a las revolución de julio del 1848 y, sobre todo, a la de 1832.

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A continuación recupero de esas lecturas lo referente a las revueltas populares del XIX y, más concretamente, a sus barricadas.

El texto:

Está adaptado de Los Miserables de Víctor Hugo (quinta parte, libro primero, capítulo primero). Digo adaptado porque la traducción deja bastante que desear, por lo arcaica, y porque hay fragmentos que me salto por que no vienen al caso. Víctor Hugo va a describir dos barricadas que se construyeron en lo que entonces eran los extrarradios de París: el barrio de Saint-Antoine y el del Temple.


Los dibujos:

Las ilustraciones las he escaneado de los cuatro volúmenes de El grito del pueblo (Norma Editorial/Casterman), un cómic de Jacques Tardi basado en la novela homónima de Jean Vautrin. Tardi pone su talento al servicio de las muchedumbre que el 4 de septiembre de 1870 asaltó la Asamblea Nacional, proclamó la República, dando inicio a la llamada comuna de París, que aguantó tres meses defendiendo su mensaje de libertad y justicia. El sacrificio de una generación por el bienestar de las generaciones futuras. Las ilustraciones que acompañan al texto están extraídas de sus cuatro voloúmenes.

Bueno, creo que ya está todo. Ahora sólo me queda callar e invitaros a viajar a las


Barricadas parisinas del XIX

Las dos barricadas más memorables que el observador de las enfermedades sociales pueda mencionar, no pertenecen al período en el que transcurre la acción de este libro. Estas dos barricadas, símbolos ambas, bajo dos aspectos distintos, de una situación temible, surgieron cuando la fatal insurrección de junio de 1848, la guerra callejera más grande que haya visto la historia.

Lo que sucedió en junio de 1848 fue, apresurémonos a decirlo, un hecho aparte y casi imposible de clasificar en la filosofía de las historia. Todas las palabras que acabamos de pronunciar, deben quedar aparte, cuando se trata de este motín extraordinario. Fue preciso combatirlo, y era un deber, pues atacaba a la República, pero en el fondo ¿qué fue junio de 1848? Una rebelión del pueblo contra sí mismo.



Una cerraba la entrada del faubourg Saint-Antoine; otra impedía acercarse al faubourg del Temple; las personas, ante cuyas casas resurgieron, bajo un hermoso cielo azul de junio, en aquellas dos terribles obras maestras de la guerra civil, no las olvidarán jamás.

La barricada de Saint-Antoine.

La barricada de Saint-Antoine era monstruosa. Tenía una altura de tres pisos y una anchura de setecientos pies. Cerraba de uno a otro ángulo, la vasta desembocadura del barrio, es decir, tres calles; abarrancada, dentellada, cortada en pedazos, con una inmensa grieta por almena, con sus puntales a guisa de baluartes, con sus salientes acá y allá, fuertemenete apoyada en los dos grandes promontorios de casas del arrabal, elevábase como una calzada ciclópea en el fondo de la terrible plaza que ha visto el 14 de julio. Diecinueve barricadas se sucedían en la profundidad de las calles, detrás de esa barricada madre. Con sólo verla se sentía en el arrabal el inmenso sufrimiento agonizante,de cuando ha llegado ese momento de apuro en que la desesperación quiere convertirse en catástrofe. ¿De qué estaba hecha esa barricada? De los escombros de tres casas de seis pisos, demolidas expresamente, decían unos. Del prodigio de todas las cóleras, decían otros. Tenía el aspecto lamentable de todas las construcciones del odio: la ruina. Podía decirse quién a construido esto? Y también podría decirse: ¿Quién ha destruido esto?

La barricada de Saint-Antoine echaba mano de todo; todo lo que la guerra civil puede arrojar de la sociedad, salía de ella. No era un combate, sino un paroxismo; las carabinas que defendían aquel reducto, entre las cuales había algunos trabucos, enviaban pedazos de loza, huesecillos, botones, hasta aldabadillas de las mesillas de noche: proyectiles peligrosos a causa del cobre.





A un cuarto de legua de allí, en la esquina de la calle del Temple, que desemboca en el boulevard, cerca de Château-de-l’Eau, si se sacaba atrevidamente la cabeza se percibía a lo lejos, más allá del canal, una pared extraña, que llegaba al segundo piso de las fachadas de las casas. Esta pared estaba construida de adoquines. Era recta, perpendicular, nivelada con la escuadra, tirada a cordel. Le faltaba sin duda el cimiento. Se adivinába la profundidad viendo la elevación. La cornisa era matemáticamente paralela a la base. De trecho en trecho se distinguía, sobre la parda superficie, troneras casi invisibles, que parecían hilos negros,

era la barricada del arrabal del Temple.

De vez en cuando, si algún soldado, oficial o representante del pueblo se aventuraba a cruzar la calzada solitaria, se oía un silbido agudo y débil, y el transeunte caía herido o muerto.





La barricada del arrabal del Temple, defendida por ochenta hombres y atacada por diez mil, resistió durante tres días. Todos sucumbieron, excepto el jefe, un hombre llamado Barthelemy.

Barthelemy era un pilluelo trágico que a los diecisiete años, tras ser abofeteado por un policía municipal, lo espió, le aguardó y le mató. De esta manera entró en presidio a los diecisiete años. Salió e hizo esta barricada. Tras escapar a Londrés, fue ahorcado allí por la justicia inglesa.

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Y después de leer esto uno se da cuenta de que nada se arreglará mientras la historia oficial considere que, depende de qué año se trate (1848 ó 2005), los revolucionarios sean héroes o desalmados.

La historia pondrá a cada uno en su sitio.

Larga vida.

3 comentarii:

Anonim spunea...

En el TMEO 87 aparece una reseña de El grito del pueblo". En ella Koldo de Barakaldo da cuenta de un libro que también trata de la comuna de París. He aquí:

- "La comuna de París" de PROSPER-OLIVIER LISSAGARAY (Editorial Txalaparta, Iruñea).

Eduardo spunea...
Acest comentariu a fost eliminat de autor.
Eduardo spunea...

Texto copiado de Los Miserables de Víctor Hugo.