Anatema

Paradojas de la vida: Luciano se hizo con esta Biblia rompiendo el octavo mandamiento.

De manera que cuando lo leía, cometía un pecado doble:


1 Pecado por robar.

2 Pecado de robar, no un libro cualquiera, sino nada menos que la Sagrada Biblia.

Pero eso fue ya hace mucho, y Luciano me pide que corra un tupido velo. No obstante, puede que ya sea tarde para eso: Seguro que Munilla ya lo ha apuntado en su libreta de direcciones, junto con el de otro blogero, debería decir blogari , que -dos días antes de la fecha que encabeza este post- cayó también en flagrante pecado.


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Se trata de una modesta edición de bolsillo de Alianza a la que Luciano no se pudo resistir. Sus mas de mil páginas cuasi-transparentes (papel de biblia creo que se llama), tienen la finura que le gusta a Luciano, casi la misma que el libro de Santa Teresa de Jesús de la editorial Aguilar, un recuerdo de su abuela Jacoba.

También le gustó porque no era como la Biblia que había en casa de sus padres -baño de oro en el canto de las páginas, tamaño Espasa-. A diferencia de aquélla era mucho más de fácil de usar, tenía un índice muy claro, y las notas a pie de página explicaban los conceptos desde un prisma científico y no teólogico, como estaba Luciano acostumbrado y educado.


A medida que lo fue degustando, un bocadito por aquí, un pinchito por allá, Luciano se fue encariñando con el libro; en él se contaban un montón de historias, a cada cual mas hardcore en el sentido actual del termino, con un estilo sencillo y práctico como los SMS de hoy en día.

Si dejamos de lado las chapas de Yahveh, es muy parecido a El Señor de los Anillos, sólo que no está de moda y ni siquiera a los de Jóllibo se les ocurre hacer un peli (serían miles y más de la mitad censuradas) sobre Adan, Eva y su descendencia.


Las trompetas de Jericó

Supongo que a muchos os sonarán esas trompetas, aunque sea porque la habéis oído como frase hecha. Por eso he elegido ese título. Y es que el fragmento de la Biblia que he elegido para esta ocasión habla de ellas, de las trompetas de Jericó. Se trata del libro de Josué, el primero de los libros históricos del Antiguo Testamento.

En aquel entonces las tribus judías estaban buscando una tierra donde asentarse, y para ello tenían de su lado a un superhéroe ante los que los de la Marvel no tienen nada que hacer: Yahveh. Para conseguir su objetivo, los judíos 'sólo' debían obedecer sus órdenes al pie de la letra.

No sé si lo que viene a continuación lo enseñarán en las sinagogas; sólo el imaginarlo me produce escalofríos.

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Antes de dejarte con el texto bíblico, aquí va, según el Drae, la definición de la palabra que titula este post, y que aparece varias veces:

Anatema: En el Antiguo Testamento, condena al exterminio de las personas o cosas afectadas por la maldición atribuida a Dios.
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Ahora sí, vamos a ver que nos cuenta la Biblia de la toma de Jericó:


Jericó consagrada al anatema

La ciudad será consagrada como anatema a Yahveh con todo lo que haya en ella: únicamente, Rajab, la prostituta, quedará con vida, así como todos los que están con ella en su casa, por haber ocultado a los emisarios que enviamos. (...)

El pueblo clamó y se tocaron las trompetas. Al escuchar el pueblo la voz de la trompeta, prorrumpió un gran clamor, y el muro se vino abajo. La gente escaló la ciudad, cada uno frente a sí, y se apoderaron de ella. Consagraron al anatema todo lo que había en la ciudad, hombres, mujeres, jóvenes y viejos, ovejas y asnos, a filo de espada.

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Pero pasa que aquí también hay algún pecador, llamado Akán...

Violación del anatema

Pero los israelitas cometieron un delito en lo del anatema. Akán, hijo de Karmí, hijo de Zabdí, hijo de Zéraj, de la tribu de Judá, se quedó con algo del anatema, y la ira de Yahveh se encendió contra los israelitas.



Lo que Akán hizo en realidad fue intentar salvar una familia del anatema, pero cuando Yahveh se enfada ya sabemos lo que pasa.

Al pobre Akán lo quemaron después de apedrearlo.

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Tras acabar con Jericó, Josué fue a por el reino de Ay.


El anatema y la ruina.

Josué no retiró la mano que tenía extendida con el dardo hasta que consagró el anatema a todos los habitantes de Ay. Israel repartió solamente el ganado y los despojos de dicha ciudad, según la orden que Yahveh había dejado a Josué.

Josué incendió Ay y la convirtió para siempre en una ruina, en desolación hasta el día de hoy. Al rey de Ay le colgó de un árbol hasta la tarde; y a la puesta de sol ordenó Josué que bajaran el cadáver del arbol. Lo echaron luego a la entrada de la puerta de la ciudad y amontonaron sobre él un montón de piedras, que existe todavía hoy.


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Desde que leí estos versículos sagrados, cada vez que digo ¡ay! me lamento doblemente:

1 Por el golpe que haya recibido.

2 Por el destino de los habitanes de la ciudad del mismo nombre.

¡Ayyyy!

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